Querido amigo, No sé
por dónde empezar, ni me imagino como lo vas a tomar, pero ante mi terrible
condición humana y la inevitable labor de morir algún día, he de confesar que
te amo.
Seguramente a este
punto de palabras ya te encontraras espantado, sé que no es normal que un
hombre le diga esto a otro, pero en mi caso es ineludiblemente natural, y ahora
que lo pienso, lo supe desde principio, esa cansada noche de mayo, cuando un
enorme vacío en mi pecho me llevó a solas al concierto aquel, buscando un
motivo que me diera una bocanada de aliento para poder continuar. Inundado en
tedio y aplastado a pisotones por la eufórica multitud, volví la mirada y
estabas tu, con tanta vida que daba envidia, mientras te observaba me decía,
¿cómo puede alguien verse así y no ser pecado? De repente, con una rápida
mirada me atravesaste en la distancia, como si te perteneciera, como si ya sabías
quien era, con una familiaridad abrumadora te acercaste a mi, invitándome a tu
grupo de amigos, con el aliento robado acepte sin saber con claridad lo que
pasaba, me deje llevar sin más, y sin darme cuenta termine en esto que siento
hoy por ti.
Y fue así como comenzó
todo, poco a poco me sume salidas, intensas noches de derrumbe en tu sofá,
compañías de cine, y la inevitable intimidad que proporcionan los tragos, o
como ese día que te vi llorar por primera vez, y que no dude en abrazarte de
consuelo, para que sintieras que no estabas solo, para sentirnos que no estábamos
solos.
Desde entonces y sin
decirlo, una fuerte sensación de afecto se fue apoderando de mi, invencible
podía hacer cosas que jamás me sospechaba capaz, tú y tu presencia me alimentaban
el alma, llenándome de color la existencia, pulsando cada latido a punta de
choques de manos, abrazos a cadera separadas, llamadas telefónicas, anécdotas
de chicas, algunas amadas otras desechadas, y muchas otras de simple aventura,
que con cada relato me colocaban en la fantasía literaria donde tú y yo protagonizamos
historias, ensayos, novelas, leyendas helénicas desbordadas de fuerza copadas
de guerras de amor, si de amor, como este
que te confieso.
Pero el inevitable paso
del tiempo nos obliga a darle ese falso sentido que la vida “tiene que tener”.
No se nos dijo que también se podía vivir de forma alternativa, peor aún, no se
nos permite vivir una vida alternativa, y es justo ahí donde habito yo, en el
lado alterno del rincón oscuro de tu vida, espacio liberado para encuentros
desprovistos de miedos y prejuicios y tú, tan exacto como siempre, no escapas
del deber, te apegas a la costumbre y le darás al mundo ni más ni menos que
aquello que esperan de ti, mientras yo de rodillas con los brazos rotos y el
alma hecha polvo te veré partir…
Hoy te casas, con
descaro me pides una historia más, con decoro acepto la cancelación de
temporada, hay nuevo elenco, me cuentas, una protagonista fenomenal, que te has
enamorado de verdad y ahora sí harás tu vida. Pero la verdad mi amigo no harás
tu vida, ¡que va! harás una clásica vida como la que se espera, con casita de
chocolate, perritos y lucecitas de
navidad en el techo, para que el brillo opaque la liberada verdad de tu
oscuridad.
Se rompe la fantasía, y
con ella caduca todo rastro de entendimiento y lucidez en mi, en el silencio de
esta soledad que hoy dejas no puedo hacer otra cosa más que llorar amargamente,
no por ti, ni por mi, sino por los dos, por los momentos, por las promesas, por
las mentiras y por esta realidad que me aterriza de golpe al cruel balde donde
desechábamos las historias que ya no nos divertían.
Aquí estoy, formal, vestido
de punta en blanco y teñido por dentro de gris, con la sonrisa presta y el
corazón destrozado, agonizando en este amor, pulsando menos, pero pulsando y en
esta carta y con dolor acepto el punto y final de esta historia.
Juan Carlos Viera
0 comentarios:
Publicar un comentario