domingo, 18 de enero de 2015

Salir del closet, porque ya nos queda chiquito.




Soy Juan Carlos Viera, tengo 34 años y soy GAY.

A esta declaración se le conoce como: Salir del closet. Término acuñado en 1869, que hoy tiene más vigencia que nunca y es considerado un acto heroico y trascendental. Cuya finalidad va desde el sacarse ese taco de miedo que se lleva trabado entre pecho y garganta, hasta naturalizar la orientación sexual, que no es más que un patrón de atracción como cualquier otro.

Algunas personas son más abiertas al respecto; Sobre todo los más jóvenes, otros siguen apegados a conceptos arcaicos y fundamentalistas donde no se aceptan las diferencias, porque se pretende que una nación piense, camine y sexualice igual que los demás. Cosa imposible esta, ya que en nuestro aspecto individual, estamos diseñados de manera única e irrepetible.

También hay una pseudo aceptación por parte de un grupo, que se jacta de decir que son “open mind” a quienes les parece que los gays son chéveres, siempre y cuando ese gay no sea su hijo o alguien de su familia. Porque hasta ahí les llega el amplio criterio.

En la actualidad, Venezuela tiene un incremento en los crímenes de odio, y se destapa la homofobia colectiva que se alimenta desde el estado y se replica en las comunidades. Es justo en este punto donde salir del closet es imperante. Deportistas, políticos, artistas, intelectuales ¡Han dado el salto! Las redes sociales han permitido enaltecer la salida del closet de personas influyentes, demostrando así que los homosexuales somos más que tacón y peluca como muchos malintencionados rezan. Algunos países dan ejemplo de un proceso coherente de aceptación social que nace en el roce ciudadano y llega a las leyes para validar los derechos humanos de todos por igual.

Muchos no entienden porque decir públicamente que se es gay, y hasta se promueve que se siga manteniendo en silencio y a la sombra de cuatro paredes, con la excusa de que lo que hagas en tu cama, no le importa nadie. Mientras tanto miles de homosexuales forman hogares carentes de estructura social que los contenga y los proteja y que sin lugar a duda deben alzar su voz, plantar cara a la sociedad y hacerse sentir para reclamar lo que por derecho les pertenece: IGUALDAD DE CONDICIONES.

Y esta materia nada tiene que ver con religiones, que bastante quebradas están en sus propias convicciones al pasar por alto las bases del amor al prójimo como ley máxima de las creencias universales, cuyos miembros llenan sus fauces con palabras de rechazo y repudio, desde un inmensísimo ego que pretende saber “la voluntad de Dios”. Pues partiendo de la idea de que Dios es más grande que cualquier habilidad humana, mejor le damos al cesar lo que es del cesar, y nos apegamos al laicisismo.


Juan Carlos Viera

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